Cicatriz

Por la mañana mi madre me ayuda a colocarme la venda sobre la herida. La observo con bastante pavor.  La herida sigue fresca; aún me duele. Mientras intentamos que quede como me enseñó la doctora me pregunto ¿quedará una cicatriz muy fea o no tanto?, ¿podré volver a usar bikini o me despido de esa superflua vanidad? Total, ya tengo algo mucho más importante entre mis brazos. Aunque el dolor, el sueño y el cansancio extremo me impiden admirarlo en su totalidad. Además, ese gran tesoro se la pasa llorando noche y día.
Ahora debo irme al hospital. 
Al llegar debo pagar inmediatamente mi ingreso. Firmo todos los papeles. Por favor, déjeme entrar, suplico.  
Debo ir directamente, con una infinita urgencia, al quirófano.
Por favor, doctora, hágame una cesárea. Es lo que más necesito. No importa que haya tomado, no uno, sino dos cursos psicoprofilácticos para tener un parto en agua. ¿No ve que el bebé trae doble vuelta de cordón y le cuesta trabajo coronar?
Apúrele, doctora. Llame al anestesiólogo. Me urge la epidural; esto de los aceites aromáticos, la música clásica y la compañía de la doula no está funcionando.
Me urge salirme de la tina. Las contracciones han comenzado a ser más fuertes.
Mejor ya vámonos del hospital a la casa. Quiero la intimidad del hogar para comenzar el trabajo de parto.
Vamos, rápido. Con urgencia pide un Uber que nos lleve a toda velocidad a casa y al entrar no olvides dejar la maleta sobre el sillón.

Habrá que esperar el silencio.

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