Prólogo
Hoy más que nunca, la cuarentena ha puesto en evidencia lo indispensables que son las labores de cuidado. Con los hogares llenos, lo doméstico, lo íntimo, lo que sucede tras puertas cerradas, es fundamental para la supervivencia de la especie y el mantenimiento del tejido social. Una vez más se confirma que lo personal es político: en plena emergencia sanitaria, son en su mayoría mujeres las que se encargan de que los hogares contengan y abracen a la población que lo necesita. En este contexto, queremos hablar de la importancia de la voz de las mujeres para contar las poderosas historias de las madres en confinamiento. Sólo repensando el papel de las labores que realizamos las mujeres, en particular de las que ejercen la maternidad en sus múltiples formas, será posible mirar hacia un futuro que luce todavía demasiado brumoso. El tiempo (ese pesado paréntesis) se ha convertido en una sustancia elástica, una convención arbitraria y relativa que se expande y se contrae al ritmo de las necesidades de nuestres hijes. Las horas se sienten apretadas y a veces el día se reduce a una serie interminable de tareas que hay que conciliar para encontrar el equilibrio entre lo profesional y lo doméstico: trabajar sin descuidar a les hijes y cuidar a les hijes sin descuidar el trabajo. Aguantar la respiración. Encontrar el orden en el caos. Estos meses de encierro nos han mostrado nuestra verdadera fuerza y resiliencia, confirmando que la maternidad es una experiencia singular, no universal, en la que cada una hace lo que puede según su circunstancia. La madre perfecta no existe, lo sabemos, pero a veces es necesario repetirlo en coro, llevarlo escrito en el cuerpo para no olvidarlo. Hablar de las dificultades de la maternidad, sobre todo en tiempos de crisis, es un gesto de valentía y generosidad. ¡Abajo la maternidad idealizada!Cada día queda más claro que la costumbre de la crianza en solitario que se instaló con la incorporación de la mujer al mercado laboral no responde a nuestras necesidades. La soledad es enemiga de la maternidad. Las madres tejemos redes de apoyo entre nosotras, sobre todo durante el periodo de crianza, un momento de alta exigencia física y emocional. Maternar se conjuga en colectivo: escuchar nuestras voces, compartir experiencias y exigir nuestros derechos fundamentales al Estado es esencial para construir una colectividad femenina fuerte, capaz de resistir la crisis. Nos encontramos todavía atravesando el túnel de la pandemia, y en esa oscuridad nos reconocemos y acompañamos unas a otras. Nos descubrimos pacientes, creativas, capaces de desarrollar códigos de comunicación que respondan al momento que estamos viviendo y que les permitan a les niñeces construir su propio proceso de asimilación. El confinamiento, con todas sus dificultades, nos ha obligado a mirar hacia dentro y a reforzar que las labores de cuidado deben ser compartidas. Para ser tomada en serio, la “nueva normalidad” tendrá que empezar por reconocer que es prioritario cuidar a quien cuida.Aunque hay muchas maneras de maternar, juntas somos más fuertes. Nuestro cuerpo, embarazado o encargado de la crianza, es un cuerpo colectivo que florece en la hermandad y en el diálogo, no en el aislamiento y el silencio. Proteger y contener a una madre es proteger a les niñeces, y con elles a la sociedad completa. Por eso crear espacios colectivos como mujeres en tiempos de pandemia es un acto de resistencia y justicia para aquellas que han vivido maternidades confinadas física y simbólicamente en otras épocas. Sólo levantando la voz podremos construir un futuro más libre que nos incluya a todes.
Comentarios
Publicar un comentario